Desde el momento en que nos conocimos, supe que nuestra amistad sería especial. Eran los días de la universidad, y nos encontramos en una clase de literatura. Su sonrisa iluminaba la habitación, y su risa era contagiosa.
Con el tiempo, nuestra amistad creció. Compartimos momentos de alegría y tristeza, y siempre estábamos allí para apoyarnos mutuamente. Recuerdo las noches que pasamos charlando hasta el amanecer, compartiendo secretos y sueños.
Un día, mientras caminábamos por el parque, me di cuenta de que mis sentimientos hacia ella iban más allá de la amistad. Me asustó, pues no quería perder nuestra relación. Pero no podía negar la conexión que sentía.
Con timidez, le confesé mis sentimientos. Y para mi sorpresa, ella sentía lo mismo. Nuestra amistad se transformó en algo más. Nuestros abrazos se volvieron más intensos, y nuestras miradas, más profundas.
Nuestra relación creció con el tiempo. Aprendimos a equilibrar nuestra amistad y nuestro amor. Y descubrimos que nuestra conexión era aún más fuerte que antes.
Hoy, cuando miro a mi amiga, siento gratitud por ese día en que nos conocimos. Nuestra historia de amor y amistad es un testimonio de que el verdadero amor puede nacer de la amistad más profunda.
Y mientras escribo estas palabras, sonrío
