Pero cuando escalé el segundo, el de la imagen, encontré una de sus ramas con una profunda abertura, probablemente herido por los fuertes vientos que lo azotan en el borde de esa colina que muestra un hermoso paisaje montañoso, con el lago Xolotlán y los volcanes Momotombo y Momotombito al fondo.
Al ver que en esa abertura había tanta cera o sabia un poco solida, me acerqué a oler y disfrutar del peculiar aroma del pino. Noté que el color interno de la rama era un rojizo líquido, puro ocote (así conocemos en mi país esa parte rojiza del pino que es muy flamable). Esto me hizo pensar: con razón es tan fácil que, una vez que un imprudente o malintencionado y egoísta humano expone nuestros bosques de pino al fuego, este se vuelva tan voraz que el incendio llega a consumir miles de hectáreas, y es que el pino lleno de vida está lleno de ese líquido o sustancia tan flamable.
Si tan sólo tuvieramos amor por la naturaleza, sabríamos respetarla, protegerla, cuidarla y defenderla... seamos agradecidos con ella, toda ella existe y funciona para nuestro propio bien, así Dios lo dispuso.
Ese pequeño pino me recuerda que es mi deber, cultivar y enseñar las mentes de mis generaciones venideras para que aprendan a amar la naturaleza.
Abril 2, 2021 6:44am
