-¿Salimos esta noche?-
-Por supuesto, cariño.-
Luz ténue. Música alta. La intimidad de las mesas pequeñas iluminadas por pequeños fuegos acomodados dentro de portavelas de vidrio. Aquí y allá, cada cual inmerso en las charlas con sus grupos.
Sumergió la papa rústica en el pequeño recipiente de queso cheddar fundido mientras, al amparo de su oscura esquina, observaba cómo la mujer se acercaba al muchacho que estaba sentado en el otro extremo del salón. Saboreó la textura y el calor de la comida en silencio, masticando lentamente para esparcir las sensaciones y sabores por su lengua, interesado por lo que ocurría lejos de él.
-Hola. ¿Estás solo?- preguntó la mujer sonriendo amigablemente.
-S-sí.- respondió el muchacho, incrédulo. Pareció darse cuenta de sus propios titubeos e hizo lo posible por corregir su actitud, enderezó la espalda y los hombros y trató de sonreir, aunque le temblaron las comisuras de los labios.
Ella se sentó en la silla vacía junto a él, cruzando las piernas al acomodarse sin romper el contacto visual. Así pudo confirmar cuánta atención ponía el muchacho en el movimiento de sus piernas, la demora de sus ojos sobre su piel y su falda.
Del otro lado del salón, el hombre continuaba comiendo con la misma parsimonia inicial. De vez en cuando prestaba atención a la música que sonaba, se transportaba gracias a ella a momentos significativos de su vida, y regresaba con facilidad al dúo que tenía delante.
El muchacho y la mujer conversaron durante largo rato, bebiendo algunos tragos y mucha cerveza. Se atrevieron a tocarse un poco bajo la mesa, entre la oscuridad, compartieron coqueteos y besos intensos con sabor a alcohol... hasta que ella lo abandonó con una mirada seductora y una promesa silenciosa en sus labios rojos, tan deliciosos como una manzana madura.
Mareado y un poco aturdido, el joven alcanzó la vereda al salir del bar. Levantó la mirada el tiempo suficiente para inspeccionar a las parejas que andaban por allí y con lágrimas que retuvo entre sus párpados y la angustia quemándole la garganta, se perdió por las oscuras calles hasta desaparecer.
La mujer se sentó con el hombre que comía solo. Se miraron con entendimiento y disfrutaron en silencio de la comida.
Salieron juntos del bar horas después, ella agarrada cariñosamente al brazo de él. Ambos dedicaron una mirada al cielo invernal nocturno antes de volver a su hogar.
La pequeña diferencia de elegir a Soledad, o ser elegido por ella...
-Por supuesto, cariño.-
Luz ténue. Música alta. La intimidad de las mesas pequeñas iluminadas por pequeños fuegos acomodados dentro de portavelas de vidrio. Aquí y allá, cada cual inmerso en las charlas con sus grupos.
Sumergió la papa rústica en el pequeño recipiente de queso cheddar fundido mientras, al amparo de su oscura esquina, observaba cómo la mujer se acercaba al muchacho que estaba sentado en el otro extremo del salón. Saboreó la textura y el calor de la comida en silencio, masticando lentamente para esparcir las sensaciones y sabores por su lengua, interesado por lo que ocurría lejos de él.
-Hola. ¿Estás solo?- preguntó la mujer sonriendo amigablemente.
-S-sí.- respondió el muchacho, incrédulo. Pareció darse cuenta de sus propios titubeos e hizo lo posible por corregir su actitud, enderezó la espalda y los hombros y trató de sonreir, aunque le temblaron las comisuras de los labios.
Ella se sentó en la silla vacía junto a él, cruzando las piernas al acomodarse sin romper el contacto visual. Así pudo confirmar cuánta atención ponía el muchacho en el movimiento de sus piernas, la demora de sus ojos sobre su piel y su falda.
Del otro lado del salón, el hombre continuaba comiendo con la misma parsimonia inicial. De vez en cuando prestaba atención a la música que sonaba, se transportaba gracias a ella a momentos significativos de su vida, y regresaba con facilidad al dúo que tenía delante.
El muchacho y la mujer conversaron durante largo rato, bebiendo algunos tragos y mucha cerveza. Se atrevieron a tocarse un poco bajo la mesa, entre la oscuridad, compartieron coqueteos y besos intensos con sabor a alcohol... hasta que ella lo abandonó con una mirada seductora y una promesa silenciosa en sus labios rojos, tan deliciosos como una manzana madura.
Mareado y un poco aturdido, el joven alcanzó la vereda al salir del bar. Levantó la mirada el tiempo suficiente para inspeccionar a las parejas que andaban por allí y con lágrimas que retuvo entre sus párpados y la angustia quemándole la garganta, se perdió por las oscuras calles hasta desaparecer.
La mujer se sentó con el hombre que comía solo. Se miraron con entendimiento y disfrutaron en silencio de la comida.
Salieron juntos del bar horas después, ella agarrada cariñosamente al brazo de él. Ambos dedicaron una mirada al cielo invernal nocturno antes de volver a su hogar.
La pequeña diferencia de elegir a Soledad, o ser elegido por ella...
