Aquí mi bebé disfrutando del atardecer.
Maximiliano Apolonio llegó a mi vida el 23 de marzo del año pasado. Llegó por accidente, debo decir. Aunque amo a los perritos, no estaba esperando adoptar a ninguno en ese momento. Pero cuando Maya, la cachorra de mi hermana mayor, tuvo bebitos y no podía alimentarlos debidamente (por falta de leche), junto con mi familia tuvimos que hacer de padres sustitutos.
Fue una experiencia muy agotadora, pero a la vez reconfortante cuando veíamos que todos los cachorros iban creciendo. Todos excepto uno.
Maximiliano fue el mas chiquito de la camada, el último en nacer y el que, según mi hermana mayor, era el menos bonito. Pero fue quien me robó el corazón. Era la cosita más bella que había visto. Pero al ser el más pequeño, tambien era el más vulnerable de todos.
Durante sus primeras dos semanas tuvo muchas complicaciones. Era muy pequeño, no podía comer y sus pulmones eran frágiles. Fue un constante ir y venir del veterinario. Me aterraba la idea que si lo descuidada por 5 minutos su vida se escaparía de mis manos.
Recuerdo que en una ocasión mi veterinario de confianza me dijo que no creía que mi bebé sobreviviera. Pero al día siguiente, para contradecirle, Maximiliano se levantó y le plantó cara como diciendo "Mira, sigo vivo. No sabes lo que decís".
A partir de ese momento mi bebé fue mejorando día tras día. Yo no me separé de su lado ni un momento y formamos un lazo que ya no podía ni quería romper.
Al día de hoy mi bebé es un cachorro sano y enérgico, con muchas ganas de vivir. Ama jugar con su pelotita roja favorita y yo lo amo a él con locura.
